viernes, 14 de diciembre de 2012

Fútbol e identidad: ¿Qué hago yo aquí?

Por Lolo Romero

Las pasiones irracionales pertenecen al mundo de lo desconocido. Por más que se afanen en descifrarlas químicos, filósofos, terapeutas o, principalmente, los mismos que las disfrutan y/o padecen, su naturaleza pertenece siempre a algo oculto, a un pequeño resorte que se activa de modo inexplicable. No hay, por ello, una explicación satisfactoria para algo tan aleatorio como la elección de ese alguien con quien deseamos –con toda urgencia y entusiasmo- compartir buena parte de nuestra vida. No existen tampoco motivos claros para la obsesión, para el temor, para el trauma. Son todos ellos sentimientos que aparecen sin que nos demos cuenta; que nacen, crecen y se desarrollan para convertirse así en una huella indeleble que nos acompañará siempre.

A este mundo de la sinrazón pertenecen también las simpatías y las afinidades, las voluntarias adscripciones “pro” y “contra” a las diferentes opciones que gradualmente se nos van presentando. Y es así, casi sin darnos cuenta, como vamos definiéndonos, delimitándonos, dándonos forma de una manera tan inconsciente que nunca tenemos la impresión de haber participado plenamente en el proceso. Una de estas grandes pasiones, irracional e incoherente como pocas, pero global y encendida como casi ninguna, es la desencadenada por un juego del que hablaremos –azar mediante- largo y tendido en este espacio. Un juego, el fútbol, en el que de hecho existe mucho más de pulsión, de vibración, de impulso, que de racionalidad y calma.


Obviemos por un momento a los grandes protagonistas de esta pasión que nos ocupa. Olvidémonos temporalmente de los futbolistas que tienen en el balón su pasaporte hacia el éxito, de los abnegados profesionales que mudan esa piel de tela que llamaron camiseta según el ciclo natural que marcan los aumentos y los contratos. Para entender la fe inagotable y sin sentido, la identificación plena con algo tan abstracto que quizá no posea siquiera identidad, debemos fijar nuestra atención en la grada, en ese ágora posmoderno donde los polos opuestos, partidarios y detractores de cualquier causa, enemigos irreconciliables y sujetos de toda calaña confluyen voluntariamente para compartir lo que nunca imaginaron que pudiera ser vivido con otros.

¿Define verdaderamente nuestra identidad el escudo que cada domingo llevamos pegado al pecho? ¿Existen motivos fundados que nos lleven a idolatrar a los once desconocidos que visten nuestra camiseta y a repudiar intensamente a los que en su día decidieron amar otra? ¿Representan valores reales las empresas que amablemente calificamos como clubes? El cantante Nacho Vegas, sportinguista acérrimo y antimadridista convencido, trataba de explicar en Líbero (NºII) el porqué de su fobia: «El antimadridismo es un sentimiento muy grande que no te cabe en el corazón y que hay que tomarse muy poco en serio, como casi todo lo que tenga que ver con el fútbol. Surge como rechazo a un tipo de juego sustentando en valores como la arrogancia, el macarrismo o el desprecio al rival. Hay épocas en las que el antimadridismo puede mostrar un perfil más bajo, como en los años de la Quinta del Buitre, que aunque era como ver jugar a la cúpula de las Nuevas Generaciones, al menos eran educados. Pero nunca hay que fiarse».

En la otra cara de la moneda, el crítico de cine Carlos Boyero nunca ha ocultado su extrañamiento al cumplir con la habitual ceremonia de acudir al estadio y contemplar a una masa enfurecida que parece no compartir con él nada que no sea la famosa camiseta blanca. Ovaciones cerradas a la entrada en el palco del líder conservador, grupúsculos nazis con «querencias vintage», aroma a puro caro y reflejos de gomina sobre los gabanes; charlas de toros y toda la parafernalia común a los hijos de la caspa y del exhibicionismo rancio que define a los verdaderamente ricos y a quienes darían la vida por serlo. ¿Lugar y sentimiento equivocados? Muy probablemente. ¿Solución? Ninguna. Las pasiones, por penoso que sea, no se eligen, y como último remedio sólo cabe convivir con ellas.

Sólo desde este punto de vista puede explicarse por qué Alejandro Echeverría, director de la Fundación Francisco Franco, posee la pertinaz característica del amor por el blau y el grana. Ejemplo éste agravado por los lazos familiares que le unen al liberador mesiánico Joan Laporta, con quien nos gusta imaginar que entre regate y regate de Messi discute sobre el derecho a decidir, el pacto fiscal, la puta y la ramoneta. Tirando del hilo, al histórico Bolonia debían sus dominicales inquietudes Benito Mussolini y el arrepentido comunista Lucio Dalla. Del Sevilla son el exdirigente de Fuerza Nueva José María del Nido y una buena parte de los redskin que pueblan las calles hispalenses. En el vetusto San Mamés podrían convivir sin reparo el torero jerezano Juan José Padilla, el popular Antonio Basagoiti, el delfín frustrado Joaquín Almunia, el ínclito Torbe –quizás les resulte familiar el nombre- y miles de simpatizantes y afiliados abertzales. Un totum revolutum global que sólo puede darse cuando por medio se erigen banderas situadas más allá de las siglas y los credos.

Es por ello que conviene, quizás, huir de las etiquetas y comprender que existen elecciones que no dependen de nosotros mismos. Una mirada furtiva en un bar, la resonancia de un miedo pasado, el partido al que vas de la mano de tu gurú más querido, una canción oída en la radio de un coche, la indigestión casual y el cólico terrible nos definirán para siempre, como si al final sólo fuéramos convidados de piedra en una obra de la que, a la vez, somos únicos protagonistas.

Así que ya saben, si sufren la desazón y el inmenso placer de la pertenencia, si se abandonan al gregarismo aun sin sentirse en su lugar y están dispuestos a compartir alegrías y pesares con una masa de desconocidos, háganlo sin remordimientos. Nunca estuvo en sus manos. Céntrense en el inmenso placer del césped cortado y la comunión colectiva, de ese teatro en el que nos gusta creer y en el que durante noventa minutos nos inflamos de opio. Al fin y al cabo, nunca o casi nunca podemos elegir a los compañeros de viaje, y aun así seguimos avanzando. Abandónense y disfruten, sientan como absurdamente el mundo se suspende en un segundo fugaz; en ese momento ansiado en el que un silbato termina y comienza todo.

Fuente: http://www.futbolrebelde.org/blog/?p=3052

martes, 11 de diciembre de 2012

Fútbol Negocio y el juego con los corazones…


Todo empezó cuando mi abuelo el 5 de septiembre de 1993 me invitó a sentarme con él a ver el partido Argentina Vs Colombia que se llevaría a cabo en el Monumental, en ese tiempo yo ni entendía qué era “monumental”, qué era una selección nacional, pero con su amor me empezó a explicar: – Mira, los de amarillo representan este país, los de azul y blanco representan otro país, llamado Argentina, ahí el objetivo es que los de amarillo metan el balón la mayor cantidad de veces entre ese cuadrito de allá, eso sí sin dejar meter el balón en la cajita de acá, señalándome el televisor – yo simplemente me senté y veía que mi madre, padre, abuelos, y tía estaban ahí sentados, con cara de estrés, de nerviosismo, yo no entendía por qué tanto alboroto, hasta que empecé a aplicar el principio que mi abuelo me indicó y de un momento a otro mis gritos, mis pequeños gritos se tornaban en – ¡No, no, ahí no! – desde ahí pensé en que eso estaba muy interesante y aún más cuando coincidía en que mi abuelo cuando se cubría la cara con su chaqueta vino tinto larga, los de amarillo hacían gol… ahí le puse una regla más a lo que mi abuelo me había explicado, y empecé: - ¡¡Abuelo tápate la cara, quiero otro gol!! – G O L… una palabra nueva en mi vocabulario a los cinco años…

Luego el abue me llamaba a sentarme con él pero para ver los partidos de un equipo, esta vez, vestido de blanco como con visitos verdes y rojos, me explicó, este es el Caldas, como él acostumbra a decirle, y es el equipo que representa la ciudad de donde somos tus abuelos, tu madre y tía… ¡¡entendí!! Las veces que siguieron siempre tomaba del cuarto de ropas un trapo blanco, o más bien un pañal de tela de los bebés que cuidaba mi abuela, y  me lo ponía en el cuello, todo por invocar L O S C O L O R E S… otro concepto que ahora entiendo más que nunca…

El tiempo pasó y  mi interés por el fútbol empezó a ir más allá, las ganas de conocer cómo un deporte que mueve tantos corazones tiene relación con la vida cotidiana y aún más las de las naciones mismas… empecé a rodearme de personas con el mismo interés de descubrir lo ya descubierto… El Fútbol es la representación de la sociedad, y las hinchadas aún más…

Ahora, sentarme a mirar ese inicio, y ver actualmente como juegan con los fanáticos del fútbol, los hinchas, me ofende, sea del equipo que sea, sean de los colores que sean, me indigna como se juega con el corazón de tantos que encuentran en el fútbol el espacio, el contexto, indicado para que esa bomba llena de sangre que está en nuestro pecho lata y lata más y más rápido…

Dice Galeano, “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”… ¡¡Que grande es este hombre!!... resumió todo lo que siento ahora, y lo que sienten muchos fanáticos por la pelota… si nos ponemos a pensar en el futbol colombiano no queda más que dar un suspiro y decir… ¡deje así ... no nos vayámos al extranjero, miremos acá, lo de la tierrita… multinacionales comprando o patrocinando equipos con tal de borrar algo de la mala fama que tienen, caso como Anglo Gold Ashanti o la misma Pacific Rubiales con la Selección nacional… Kenworth de la Montaña con el Once, Ardila Lule con Nacional y ahora Alianza Petrolera… y... ¿Se podría catalogar como multinacional a los cientos de narcotraficantes que han ensuciado el fútbol y que ahora lo han vuelto intocable por parte de los hinchas?... porque ahora el hecho de ser hincha se limita a pagar la boleta y callar, porque si opinas o levantas la voz un momento, hasta los mismos que se dicen llamar hinchas te mandan a callar…

Si se hiciera el ejercicio de tomar cada equipo de futbol de la liga profesional colombiana, solo por empezar, y se tomaran los nombres de los directivos, y se hiciera una pesquisa en las redes sobre quiénes son, qué han hecho, etc… ¿con qué nos encontraríamos?

 
Fanáticos del fútbol, no me voy a poner a adentrar en detalles de los equipos en estos momentos, pero solo les digo: ¡¡HAY QUE HACER UN ALTO EN EL CAMINO!! El fútbol es nuestro, es de quienes lo vivimos, de quienes lo sentimos, no dejemos que vengan unos fulanos a llenarse los bolsillos con nuestros sentimientos, con esas pertenencias que tenemos hacia una u otra escuadra… eso de dejar que hagan lo que quieran es como que le metan a uno el dedo a la boca, con la mano sucia y uno feliz… es hora de reflexionar y de decir si realmente vamos a seguir aportándole al modelo de Fútbol Negocio que nos vienen imponiendo y que con caras de “en las malas mucho más” seguimos patrocinando… la cuestión no es abandonar, la cuestión es luchar por lo que amamos… nuestros equipos, las historias que estos tienen… tampoco se puede llegar a ser tan conformista, como leí por ahí hoy, donde decían unos americanos “si me has llevado trece veces al cielo, por qué no acompañarte dos veces al infierno”… ¡¡señores, señoras, damas, caballeros, jóvenes, niños!! Como quieran… ¿Qué pasa?... no se puede caer en lo que dice la biblia, posición que no comparto, “poner la otra mejilla”… eso es una apología a la alienación y al maltrato… A L T O compañeros de fútbol… es hora de mirar atrás y exigir por el sentimiento original, el de adentro, el que nace con un latido suave y termina con ganas de estallarte el corazón… no nos dejemos manosear más, así unos cuantos  nos quieran vender la idea que le venden a las parejas en los matrimonios.. “en la salud y en la enfermedad”… porque la muerte del fútbol por el fútbol no es natural, es animada por los del maletín, los del billete… no más alienación futbolera, si pudiéramos llamarle así, luchemos por lo que amamos, ¡insisto!...